Leopoldo Marechal dijo que una novela cuenta la historia completa de una vida. Eduardo Berti suscribe y amplifica la fórmula de Marechal: cuenta las historias que arman la vida de un hospital en la ciudad francesa de Rouen. Como un caleidoscopio controlado y preciso, el libro de Berti rearma en capítulos breves en primera persona las rutinas, las enfermedades, las taras, los miedos y el amor de múltiples enfermeros, médicos, pacientes y ayudantes. A través de la intimidad de las voces escuchamos las versiones del pasado, como briznas de un viento que vuelve. No se trata, como dice Shakespeare, de cuentos contados por un idiota sino de formas de vida contadas por médicas y enfermeras que han visto las formas del mal (la enfermedad) y las alegrías que endulzan el costado amargo de las existencias.
Las historias se acumulan y se complementan, de alguna manera: un paciente inglés le hace un encargo a una enfermera del hospital, le pide que llame a una persona y le cuente que él está internado, enfermo. Se trata del último mensaje a una persona lejana y secreta. Una vieja actriz no es recordada por nadie, salvo por dos admiradores: uno de ellos tiene la voluntad de entregar un ramo de flores; una mujer toca música para una enferma terminal. La enferma le pide dos piezas precisas para el momento de su muerte; antes de que eso suceda se desdice: la intérprete no sabe qué hacer con el anterior encargo. Una mujer lee libros a los enfermos: uno de ellos le pide que lea una novela completa de Simenon; hacia el final de la lectura, la enferma muere y la lectora sigue leyendo en voz alta hasta terminar el libro. La última palabra de la novela no es “morir” sino “vivir”. Un hombre, huraño, indiferente, un día le pide a su cuidadora que le muestre las tetas, es su último deseo. Ella se niega pero luego acepta, íntimamente. Un día antes de hacerlo, un día antes de mostrarle las tetas, el viejo amargado muere.
Berti ha logrado enhebrar una trama profusa con las voces íntimas y procelosas que nos hablan y le hablan a un escucha hipotético: construye un dispositivo en el que los personajes le hablan a un supuesto escritor que, en algunas ocasiones, se asimila al autor que suscribe las líneas del libro. Así, Berti nos mete en una madeja hecha de documento y ficción, experiencia e invención. Las capas se superponen y el artefacto literario se amplifica con los desbordes de la ficción y del documento. El libro, ramillete de historias y perspectivas, se refiere a la vida –al hablar del fin en varias ocasiones– y a las situaciones extremas, al presentar las reacciones diversas de los familiares y del personal médico frente al teatro de la existencia.
Una presencia ideal logra recuperar del olvido las historias que podrían quedar “perdidas para siempre” –como dice uno de los personajes—y presenta reflexiones sobre la vida y su costado más luminoso y oscuro. El autor nos hace pensar como si él tuviese el poder de instalar en nuestra mente lo que dice uno de los personajes del libro: “a veces me pregunto si uno puede tener una conciencia total de la vida sin casi ninguna conciencia de la muerte o del dolor”.
© LA GACETA FABIÁN SOBERÓN
NOVELA: UNA PRESENCIA IDEAL - EDUARDO BERTI (Cia. Naviera Ilimitada – Buenos Aires).
PERFIL
Eduardo Berti es escritor y periodista cultural. Fue editor de la sección Cultura de Página/12. Vivió los últimos 25 años entre Francia, Argentina y España. Fundó el sello La Compañía de los Libros. Sus dos primeros libros se convertirían en clásicos de la temática rock: Spinetta: Crónica e iluminaciones y Rockología. Publicó, además, Todos los Funes (novela finalista del Premio Herralde) y Agua (novela finalista del Premio Fémina), entre otros.